Si quieres adentrarte en los entresijos de un cerebro evolucionado y trabajado por una profunda introspección, te recomiendo que sigas leyendo esta entrevista a Alejandra Vallejo-Nágera. Al hablar con ella, el conocimiento  fluye y transcurre con una naturalidad y sencillez asombrosa. Su comunicación no verbal es muy coherente con su lenguaje culto y exquisito. Su energía te acaricia y sus palabras se abrazan a las mías. Alejandra es mucho más que psicóloga, escritora, conferenciante, divulgadora científica, docente, investigadora, madre, abuela… Si tuviera que definirla lo haría con una palabra: AMOR y para que no se interprete en su justa medida, añadiría que es un amor labrado desde el conocimiento interior, lo que le permite vivir y contagiar un equilibrio sobresaliente entre corazón y mente. El cerebro cognitivo de Alejandra está muy desarrollado, y a la vista están sus trabajos y libros publicados, pero sin duda su crecimiento más importante se ha producido al hallar el porqué de sus emociones. La magia que despliega su enigmática belleza está en el trabajo de esa energía amorosa que ella proyecta.

P: Todos somos un 50% genético. El otro 50% de quiénes somos lo aporta la  experiencia vital. De tu 50% genético, el que más conozco es el de tu padre, Juan Antonio Vallejo-Nágera, por su proyección pública de psiquiatra y humanista. ¿Qué legado sientes que te ha dejado con sus genes y enseñanzas?
R: En el caso de mi padre, si su imagen pública era maravillosa, lo que generaba en el hogar era todavía mejor, si cabe. El mayor legado que me ha dejado es la apertura a lo diferente, sin miedo. La apertura a cualquier tipo de ser humano, para introducirnos en el corazón de las personas y no quedarnos en su fachada externa. Y la generosidad para cuidar a otros desde el cuidado de uno mismo.

P: ¿Y cómo te cuidas tú?
R: Tengo que reconocer que me he cuidado muy mal. Durante años he sido “compradora de amor”: me preocupaba mucho ser aceptada y agradar a los otros, y eso me hizo renunciar, la mayoría de las veces, a descubrir quién soy de verdad, lo que busco y lo que deseo. La vida me dio una lección muy importante cuando superé mi cáncer. Esto fue hace muchos años y estoy curada por completo: física y emocionalmente, porque ahora he aprendido bien la lección…

P: ¿Esa es la gran enseñanza que te gustaría transmitir a los demás?
R: No hace falta padecer una enfermedad para darse cuenta de que uno no puede amar lo que no conoce. Cuando uno se quiere es mucho más coherente con el discurrir de su vida y la posibilidad que tiene de darse a los demás.

P: Y con tu profundo trabajo de introspección, ¿qué es lo que más valoras de ti?
R: Entender que la vida es mucho más sencilla de lo que creemos. Que la sencillez, la naturalidad, el aceptar tu propia vulnerabilidad es esencial. Y sobre todo, algo que valoro mucho es el haber aprendido a pedir ayuda.
Hubo una época en la que sentía que no debía molestar a los demás y debía valerme por mí misma. Mi aprendizaje me ha enseñado que así eres más libre y vives más feliz. En mi acompañamiento a moribundos, he escuchado muchas veces aquello de “por qué no habré vivido la vida que me hubiese gustado y no lo que proyectaron otros para mí”. Hasta que tuve el cáncer vivía la vida que otros esperaban. Cuando empecé a centrarme en mí, por propia supervivencia, aprendí a estar más en paz: vivo la vida que quiero vivir.

P: Alejandra, ¿desde cuándo practicas la actividad de acompañamiento a personas que están al borde de la muerte?
R: Desde hace muchísimos años. Mi padre era amigo de Elisabeth Kübler-Ross y venía a mi casa con frecuencia. A mí me fascinaba esta mujer. Yo era muy joven, y la muerte entonces me daba miedo. Pero cuando ella se acercaba a un moribundo paliativo transmitía una paz, un sosiego, una fuerza… Parecía como si irradiase la presencia de Dios en la Tierra. La tomé como ejemplo. Quería poder hacer algo similar. Yo la he visto trabajar centrada en la muerte de los niños y eso me impresionó mucho. La muerte de un niño es algo inexplicable y es profundamente doloroso para cualquiera que sea testigo de ello. De hecho, las enfermeras y médicos que están próximos a la muerte de un niño sufren mucho también. No me sentí con tanta fuerza y decidí centrarme en los moribundos que no tienen familia. En cualquier caso, la muerte ni es glamurosa, ni excitante. Es dolorosa.

P: Has mencionado a Dios. ¿Eres una persona creyente?
R: Soy una persona profundamente creyente. Creo que la parte racional de los seres humanos es muy poderosa –cómo entendemos y procesamos la vida– pero no lo es todo. Hay algo superior en lo que me amparo. A lo largo de los años siento que ese ser superior no está tan lejos. Creo que venimos de algo muy grande. Nacer es un milagro y morir también.
Desde que he investigado sobre Dios, estoy convencida que lo llevamos dentro de nosotros.

P: ¿Puede que se albergue (Dios) en esa parte del cerebro que no se puede tocar, que es la mente?
R: Posiblemente. He estudiado todas las religiones y por qué la humanidad desde siempre, a lo largo de toda la historia, ha necesitado a Dios. En el acompañamiento a moribundos he apreciado que hay una diferencia abismal entre los que se despiden de este mundo creyendo que detrás hay algo mejor y quien cree que aquí se acaba todo. Los seres humanos que tenemos conciencia de que esto se puede acabar en cualquier momento vivimos sin miedo a la muerte.

P: Tú que te has trabajado mucho, Alejandra, ¿cuándo eres consciente de que eres un ser emocional unido al “cuerpecito” que te acompañará en la vida?
R: No lo recuerdo ahora mismo. Probablemente, a una edad muy temprana. Tengo ideas confusas sobre la consciencia de estar dentro de mi cuerpo. Sí recuerdo, muy nítidamente, el momento en que descubrí que aprendo tocando. Soy kinestésica. Y lo recuerdo porque fue un hecho traumático…

P: ¿Lo que el ilustre neurocientífico Antonio Damasio llama un “marcador somático»?
R: Sí. Los seres humanos recordamos con más nitidez los hechos traumáticos…
Debía ser muy pequeña y tengo una imagen muy clara de una señora que no era mi madre, bañándonos a mi hermano y a mí. Tengo la imagen de la pantorrilla de la mujer que nos cuidaba, y al otro lado estaba mi hermano que estaba con su pijamita, todo peinadito. Recuerdo extender la mano y acariciar la pantorrilla de esa mujer y sentir la suavidad de su piel. La respuesta fue un bofetón espectacular y la voz de esa mujer que decía “eso es una cochinada. No se toca”. Aquello me impactó tanto que durante muchos años, siendo kinestésica, me descubrí a mí misma cerrando las manos. Yo misma me inhibía del contacto físico.

P: ¿Crees que algo así, si no se supera, puede marcarte para toda la vida?
R: Durante muchos años tuve la sensación de que el contacto con otros cuerpos era malo, era negativo, perverso, sucio. Probablemente eso me hizo sufrir mucho. Mis recuerdos del colegio son de alejarme de otras personas para no traspasar esa barrera física. Hasta que ya por fin, gracias a Dios, supe por mi experiencia entender que el contacto con otros era natural.
Sin embargo, fíjate que esa experiencia tan sumamente negativa, ha causado que aún hoy en día, que soy abuela de cuatro maravillosas criaturas, hay quien considera que tengo una imagen distante.

P: Eres psicóloga, humanista, acompañas a personas en los últimos momentos de su vida, escribes de libros de historia, das conferencias, eres profesora…
R: De siempre tuve un gran rechazo por la vagancia. En ese miedo por ser una vaga, había una especie de anhelo de carrera demostrativa de todo lo que soy, todo lo que soy capaz de hacer y todo lo que he conquistado. Desde hace un tiempo, me he dado cuenta que esto no conduce a ninguna parte y ahora estoy centrada en otras cosas mucho más interesantes como es el contacto a pequeña escala con personas, amistades… No soy de grandes grupos. Me gusta disfrutar de las personas en la distancia corta, donde se permita conocer y ser conocida en un espectro mucho más íntimo.
Por otra parte, mi actividad se ve potenciada por el Alzheimer que padece mi madre desde muy joven. Como me da pánico sufrir la misma enfermedad, digamos que intento mantener el cerebro activo. Parece que así me “vacuno” de algún modo contra el deterioro cognitivo…

P: Otra parte de tu trabajo conecta con la investigación: tanto en el Instituto de la felicidad fundado por Coca-Cola, como en el Centro Médico Quirúrgico de Enfermedades Digestivas CMED… ¿Crees que el intestino es el segundo cerebro?
R: Sí… Roberto Colom, que es amigo mío y un gran investigador del cerebro, dice que no está de acuerdo con eso, pero yo sí. Tú lo sabes, Sara, las emociones se expresan de una forma instantánea a través del cuerpo y sobre todo lo notamos en la boca del estómago, en las digestiones o el intestino. El problema es que nosotros no controlamos lo que pensamos cuando los caballos del pensamiento se vuelven galopantes. En cuanto tomamos conciencia de nuestro proceso digestivo y lo analizamos para trabajarlo, inmediatamente toda la salud mejora, hasta el sistema de pensamiento. Así que hay una relación directa entre el aparato digestivo y el cerebro, y todo ello se controla con la coherencia cardiaca. No podemos controlar la velocidad a la que hacemos la digestión, pero sí podemos controlar la velocidad a la que va nuestro corazón, que se encarga de la oxigenación de la sangre y por lo tanto del cerebro.

P: Todo está perfectamente interracionalado, lo que nos lleva a pensar que no somos fruto de la casualidad…
R: Exactamente. Muchas de las personas con las que trabajo, no pudiendo controlar de entrada lo que piensan y su estrés, empiezan a mejorar cuando entablan una relación de diálogo con su cuerpo. Vivimos en una sociedad de espaladas al cuerpo saludable. Solo nos interesa aparentar que somos bellos y atractivos, porque los seres humanos reaccionamos más favorablemente a la belleza que a la fealdad. Hacemos mucho esfuerzo con nuestro físico solo para que nos acepten. Una vez que hacemos un aprendizaje de cómo tensionamos nuestros hombros, los brazos, las piernas, la mandíbula… cuando escuchamos al cuerpo, es mucho más fácil controlar las situaciones de ansiedad y de estrés, que son tan negativas para la salud…

P: Hay algo que me tiene maravillada desde el principio, y que comparto contigo… esa sonrisa maravillosa que tienes, que te «inyecta» serotonina directamente al cerebro, y que es muestra de que estás experimentando felicidad… ¿Será que al trabajar en Instituto de Coca-Cola se contagia esa emoción?
R: Las emociones son contagiosísimas. Mucho más allá de lo que estamos dispuestos a admitir. Por eso cuando vemos a una persona llorar, vamos corriendo a que deje de hacerlo, porque nos contagiamos de ello sin ser conscientes.
Lo que pasa es que en esta sociedad hay mucha felicidad falsa. Las redes sociales pretenden ser un escaparate de mundo feliz. La felicidad, en todas las investigaciones que realizamos en el mundo, tienen dos cosas en común fundamentales: disfrutar de lo pequeño y amar y compartir esos ratos y detalles pequeños. El bienestar compartido aumenta la felicidad.
Dicho esto, da mucho miedo pensar en la soledad y es cierto que es el gran mal de nuestra era. En Reino Unido han nombrado a un cargo político que se ocupa de las personas que se sienten solas. Las últimas investigaciones dicen que en España 200.000 personas certifican no haber tenido una conversación de tú a tú, desde hace meses. La sensación de soledad es muy triste y produce trastornos múltiples.
La clave está en que no necesitas estar rodeado de personas continuamente para no sentirte solo… La mayor soledad, de hecho, es la que se siente estando acompañado.
Mi propuesta para las personas es ese silenciamiento interior que pasa por el encuentro con uno mismo, que exige distanciarse de todo el ruido que puedan hacer los demás. Y también aprender a distanciarse del anhelo constante de la aprobación de otros. Uno tiene que encontrarse a sí mismo. Hay que ser valiente, ¿eh? porque te encuentras con todas tus sombras… pero es posible que una vez que te encuentres te des cuenta de que eres la persona más importante. Naciste contigo, vives contigo y morirás contigo, así que es fundamental que te lleves bien contigo…

P: ¿Qué descubrimiento te gustaría hacer?
R: Me abro a todo. Siento una curiosidad infinita. No sé lo que me depara el futuro, pero quiero vivir todos los días.

P: Para terminar, Alejandra, ¿qué herramientas recomendarías para vivir todos los días, como dices, en estos momentos tan convulsos y de tanta incertidumbre?
R: La respuesta es tan simple, que no gusta: el apaciguamiento, el silenciamiento interior. Digo que no gusta, primero, porque parece que está de moda lo complicado. Y segundo porque lo asociamos a un castigo: cuando te portas mal, te retiran la palabra.
Pero con el apaciguamiento se adquiere la paz interior, y con ello mucha sabiduría interna: perspectiva, amplitud, bondad, verdad, generosidad y belleza… Lo malo es que el crecimiento personal siempre va en contra de lo que se estima socialmente.
La receta que doy para el apaciguamiento es cerrar un momento los ojos (porque la vista es lo que más energía consume del cerebro) y rendir homenaje a esa gran compañera de vida que es la respiración… Un acto físico que busca el equilibrio entre lo que se da y lo que se recibe, tan necesario en todos los aspectos de la vida…

ANÁLISIS DE LA COMUNICACIÓN NO VERBAL
La comunicación no verbal de Alejandra es muy coherente con su verbo. Mira directamente a los ojos porque no tiene nada que esconder, nada que demostrar. Sus manos, siempre abiertas. Se mueven al ritmo de sus palabras. Cuando me habla de algo íntimo, las lleva al corazón, lo que demuestra que es una persona muy sentida.
Lo que llama mucho la atención es que desde el minuto uno, Alejandra me regala la mejor de sus sonrisas, que mantiene a lo largo de la entrevista incluso cuando recuerda momentos duros ya superados. Su sonrisa es auténtica, brota de forma natural. Tal vez, la utiliza de forma inconsciente para proporcionarse las dosis de serotonina que produce el cerebro cuando sonreímos, para mejorar su nivel de bienestar y como dosis de protección frente a su extrema sensibilidad.
Cuando habla de la labor que hace con el acompañamiento a moribundos, su voz se hace más tierna y su tono dulce y suave. Seguro que es el que utiliza cuando está atendiendo a las personas en el trance de la muerte.
Todo le interesa. Escucha muy activamente por los ojos, los oídos y el tacto. Sus cejas se arquean sobremanera y sus ojos rasgados se hacen redondos cuando hablamos de la investigación que hace en el instituto de la felicidad, señal de que estamos ante una mujer innovadora en búsqueda permanente de evolución. De hecho, cuando le pegunto por el momento en que empieza a tener conciencia de su ser, como le coge de sorpresa, se lleva las manos a la cabeza y sigue con un controlado movimiento ocular, mientras busca en el baúl de la memoria el recuerdo solicitado. Alejandra escribe interesantes novelas y ella es un libro abierto.

TERMÓMETRO EMOCIONAL
P: Ahora quiero que puntúes, Alejandra, del 1 al 10 las emociones básicas de Paul Ekman según las sientes en este momento de tu vida…
Repugnacia
R: 2
P: Alegría
R: 8
P: Ira 
R: 6/7… es una emoción potente en mí, la reprimo…
P: Miedo
R: 4
P: Sorpresa
R: 8
P: Tristeza
R: 3

Sara Dobarro
Foto: Jaime Boira