Esta madrugada me desperté sobresaltada. Cogí el móvil y leí que el maldito coronavirus se cobró la vida de mi amigo el Dr. José Manuel Pérez Vázquez, que fue jefe del Servicio de Medicina Nuclear, en el Hospital Gregorio Marañón, en Madrid y distinguido con varios galardones por su labor médica. Un hombre bueno donde los haya, colaborador y generoso.

 

Conocí a José Manuel en la etapa en que viví en Madrid con mis hijos, tras haber servido a nuestra Galicia natal en la política, durante más de una década. En seguida me tendió la mano y me enseñó la importancia de las enfermedades del alma. Nuestro lugar de encuentro era la sede de AEGAMA (Asociación de Empresarios Gallegos en Madrid), de la que en la actualidad era su vicepresidente.

 

SU SABIDURÍA

 

Hoy sufro un hondo pesar por su muerte. El día amaneció como en Galicia, con el cielo completamente lleno de nubes que también lloran su marcha. El Dr. Pérez Vázquez, siempre creyó en mis investigaciones sobre el cerebro y de hecho fue él quien me animó a presentar mi metodología en el Monte Sinaí de Nueva York, acompañada por mi hijo al que animó a estudiar medicina. Referenciada por su sabiduría, cada día me sentía más fuerte y segura, porque me alentaba con frecuencia.

 

Era un hombre de ciencia que creía en Dios. Pérez Vázquez ha sido un reconocido especialista de Radiología y Electrología Mecánica, así como en Radioterapia Oncológica y Oncología Clínica. Fusionaba como nadie la parte física y nuclear de la medicina con el sentir del alma. Iba más allá de las emociones y lo defendía con una rotundidad que elevaba el sentido de la Fe.

 

DOLOR COMPARTIDO

 

Me sumo al dolor de su esposa Elena y de toda la familia. En el ámbito personal, ha sembrado muchas semillas de bondad y sabiduría en nuestros corazones, que germinarán y darán bellos frutos y flores. En su último mensaje del 5 de marzo, me escribió “Sara, siento que todos los gallegos tenemos una gran deuda contigo. Te deseo el éxito que mereces”.

 

Todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Ahora, que se que estás en el Cielo, voy a hacer realidad tus palabras, para ratificar tus aciertos. Te has ido físicamente, amigo, pero tu impecable elegancia formará parte del tejido de las preciosas vestiduras de tu alma.

 

Sara Dobarro

Periodista y Neurocientífica

Zaragoza, 1 de abril de 2020